El viaje

Quedamos a la hora acordada para dar nuestro paseo habitual. Ya en nuestro punto de encuentro, comenzamos nuestra ruta: nos preparábamos para atravesar paisajes asombrosos llenos de colorido y armonía, también algunos bosques oscuros y densos.
A mi guía de ruta, se le daba bien la descripción de los mismos, y es por ello, que nuestros encuentros eran tan ricos, siendo una de las cosas que más me atraían de nuestras quedadas. Era una gran cicerone.
A veces, yo acababa exhausta de cada paso y de escuchar la explicación de cada uno de los recovecos de cada lugar visitado. Con su compañía llegabas a ver las cosas de un modo diferente: era sorprendente descubrir tantos datos que no conocía. Allí incluso podía encontrarme con personas y lugares que habían dejado huella impresa en mis sentimientos. En ocasiones, me emocionaba y se me erizaba la piel con sus explicaciones: ¡Cuánto aprendido y por aprender! A pesar del temblor de mis piernas por el cansancio y la emoción, me movía el deseo de avanzar y la curiosidad por conocer aquellos paisajes tan enigmáticos.
En aquel lugar donde ella me había llevado, brillaba una luz diferente que se posaba en el paisaje, haciendo que los colores fueran aún más intensos. Era el lugar llamado Presente, donde el tiempo quedaba suspendido; un lugar que había pisado siempre y no había saboreado tanto. Solo ahora gracias a ella…
Ese día, nuestro paseo fue reconfortante: justo cuando me sacaba el pañuelo para limpiar alguna lágrima desbordada por la emoción, me dijo mi psicóloga:
– “Respira y abre los ojos. Por hoy, cerramos la sesión. Nos vemos en la próxima visita”.
Allí terminaba, -hasta un nuevo encuentro-, otro capítulo del emocionante viaje hacia mí misma.

Calipso